Es la reacción fundamental derivada de la corrosión de los metales y se define como el efecto
producido por el oxígeno en la superficie de un
metal como consecuencia de factores externos
que facilitan su desarrollo.
La oxidación directa por el oxígeno es muy débil,
pues la finísima película de óxido que se forma
en la superficie del metal impide el contacto del
resto de la pieza con el oxígeno de la atmósfera,
por lo cual no progresa la oxidación.
Pero, al variar algún factor exterior (elevada temperatura,
vapores acuosos, presencia de ácidos o álcalis,
carácter electroquímico, etc.), la oxidación
puede progresar a través de la capa de óxido. A
medida que aumenta el espesor de la película, es
más difícil que progrese, hasta que, al llegar a determinado espesor, cesa la oxidación.
A la vista de lo expuesto, parece que la oxidación
tendría que detenerse siempre al alcanzar la
capa de óxido determinado espesor, pero no sucede así, ya que la capa acaba por agrietarse e incluso desprenderse en forma de cascarilla, quedando así el metal nuevamente expuesto a la
oxidación.
No obstante, hay metales, como el aluminio y el
cobre, que no presentan este fenómeno de agrietamiento y tienen un espesor crítico de la capa
oxidada que los protege de la oxidación progresiva.
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